Enrique Pérez: "El Museo está vivo y eso me ilusiona" #QuienTrabajaAhí [1]
Enrique no tiene problemas en reconocer que a primera vista puede parecer "un poco seco" (aunque la fotografía diga lo contrario); no obstante, asegura que luego de compartir dos o tres cafés, todo cambia. El café no es sólo un lugar común, sino que se ha convertido incluso en un método de trabajo que, quizás por aquello de la seguridad, no deberíamos desvelar, pero os lo vamos a contar en voz baja, para que se quede entre nosotros: aprovecha los pequeños ratos que pasa con el vasito de cartón en la puerta del Pabellón Perú, sede del Museo Casa de la Ciencia, para observar cuidadosamente el entorno, afinar mentalmente los protocolos de actuación y planificar la jornada laboral con un claro objetivo: crear un entorno seguro, cómodo y agradable para nuestros visitantes, especialmente para los más pequeños.
Enrique Pérez Porcel es uno de nuestros compañeros del Equipo de Vigilancia y Seguridad del Museo; sevillano de pura cepa, aunque no comparte buena parte de los estereotipos que abundan sobre la personalidad andaluza. También es Sevilla la ciudad donde más tiempo ha pasado en su vida, aunque recuerda con especial cariño los años que vivió en el norte de España trabajando en una de las áreas de su profesión que más le gustan, la protección. Experiencia, en muchos casos delicada, donde obtuvo conocimientos que ha puesto en práctica en sus siguiente trabajos. Casado y padre de una chica de quince años con quien tiene muy “buena vibra” y comparte su afición por la música; aunque confiesa que resulta especialmente complejo ser hoy en día padre de un adolescente, porque existen en estos tiempos situaciones que ni siquiera se imaginaban en otras épocas, como por ejemplo la influencia de las redes sociales en los más jóvenes.
En sus horas libres practica mucho deporte, una de sus grandes aficiones, de hecho utiliza con frecuencia la bicicleta para moverse por la ciudad, y también aprovecha para compartir todo el tiempo posible con su familia y amigos. Valora la lealtad por encima de casi todas las cosas y apunta que la constancia, el esfuerzo y la ilusión son las virtudes y pilares que le permiten afrontar cada día y, sobre todo, dormir tranquilo. Justamente la ilusión es lo que más lo motiva del Museo Casa de la Ciencia, porque cree en este proyecto de divulgación que a su juicio está vivo, crece y se consolida cada día.
Ha vivido con satisfacción los cambios de los últimos años, de los cuales se siente parte, y aporta su grano de arena para que los visitantes se vayan alegres y con ganas de volver. Incluso cuando tiene que “reñir” a algún niño o adolescente porque está haciendo alguna “trastada” que puede dañar algún objeto o mobiliario del Museo, nunca lo hace en un tono que lo pueda avergonzar o dejar con una mal sabor de boca, sino haciéndoles entender que después de ellos vendrán otros alumnos, y lo que ellos rompan, otros no lo podrá usar. Después de veinte años en el oficio, asegura que la formación continua ha sido una de sus preocupaciones para, como graciosamente dice, no quedarse sólo como el “vigilante de la porrita”, sino convertirse en un especialista en todos los ramos de la Seguridad.
Nos quedamos con una frase que nos ha confesado en esta entrevista. Y es que una de las cosas por las que más le gusta trabajar aquí son los niños y niñas que nos visitan cada día: "Me contagian su alegría", dice.