El valor de nuestro tiempo [1]
Carlos y María van a la casa donde vivía Luisa a recoger sus pertenencias y en su armario encuentran ropa nueva, con las etiquetas aún puestas. Luisa estaba esperando una ocasión especial para llevarla puesta, pero ese momento nunca llegó. ¿Cuántas veces has deseado que pasara el tiempo rápido? ¿Alguna vez has deseado que llegara el viernes y no has disfrutado de los días hasta la llegada del fin de semana? Es algo que experimenta de manera habitual la sociedad actual, personas que buscan la inmediatez y cuyo fuerte no es la paciencia. Los/as jóvenes buscan llegar a la mayoría de edad, los/as trabajadores esperan impacientemente el fin de su jornada laboral, los estudiantes lloran la llegada del lunes… Pero, ¿qué pasaría si un día te regalaran 86.400 euros que solo puedes gastar durante ese día?
Seguramente buscaríamos la manera de emplearlo en todo lo que siempre hemos querido y disfrutaríamos de cada hora en la que pudiéramos usarlo, con el objetivo de aprovechar hasta el último céntimo. La vida consiste en eso, cada nuevo día se nos regalan 86.400 segundos que podemos invertir en lo que queramos y no desperdiciar pensando en otros momentos que llegarán. No nos faltan horas en el día, debemos gestionarlas mejor estableciendo prioridades y objetivos.
La llegada de la pandemia motivó aún más la proliferación de esta sociedad de la inmediatez de la que ya hablaba en 1999 el sociólogo Zygmunt Bauman bajo el término ‘modernidad líquida’, entendido como aquello que “se desplaza con facilidad (…) no es posible detenerlos fácilmente”, una sociedad donde lo lejano se vuelve cercano gracias a herramientas como Internet. A día de hoy podemos acceder a cualquier espacio del mundo en cuestión de segundos, es por lo que el liderazgo se personifica en figuras que son capaces de hacer un mayor número de cosas es un menor tiempo posible. Las pertenencias portátiles (móviles) se convierten en el tesoro más valioso de nuestras vidas, dejando atrás aspectos relevantes como el amor, a lo que Bauman llama ‘amor líquido’, olvidando la eternidad y configurando contratos a corto plazo mientras gobierne la satisfacción. Este acceso a todo ha provocado la pérdida de metas significativas y la motivación de una temporalidad lineal sin rumbo, de “pura presencia”, en palabras de filósofo Jean-François Lyotard. La rapidez y prisas se convierten en elementos intrínsecos del siglo XXI, al igual que lo ha hecho la procrastinación, una situación real en la que las personas prefieren realizar actividades cuyos resultados les proporcionen consecuencias satisfactorias a corto plazo en lugar de los efectos positivos a largo plazo, prevaleciendo las nuevas formas de “pan y circo” que nosotros/as mismos/as buscamos. ¿Te has fijado alguna vez en el tiempo inviertes mirando la pantalla de tu móvil? El individualismo en red del que habla ‘La adicción a Internet y al móvil: ¿moda o trastorno?’ se trata de un reflejo de nuestra sociedad, dejamos atrás las relaciones tradicionales para crear estructuras individuales con intereses propios.
Gandhi dijo una vez: “un minuto que pasa es irrecuperable”. La vida no se trata de buscar una productividad constante sino de aprovechar el tiempo para vivir experiencias de las que nos sintamos orgullosos/as en el futuro y no lamentar haber pospuesto el momento de utilizar un conjunto de ropa precioso que queremos estrenar en una ocasión especial, un viaje cuyo presupuesto era mejor emplear en “otras cosas más importantes” o salir a cenar con tus padres para recordarles una vez más lo importante que son para ti.
El escritor Marcel Proust escribió una vez en una de sus grandes novelas una frase muy acertada y que encaja a la perfección en este post: “Algunos momentos parecen ser eternos, mientras en otras ocasiones sentimos que el tiempo vuela, a pesar nuestro. Sin embargo, todos los instrumentos que utilizamos para medir el tiempo usan las mismas unidades: las horas, los minutos y los segundos, al mismo ritmo. Los días son, quizá, iguales para un reloj, peor no para un hombre”.
Por Sara Adán.